Fotografía de Juan Pablo Estrada.

Miles de presos por motivos políticos, pero eso no es nuevo. Periodistas censurados, regulados, obligados a renunciar, pero eso tampoco es nuevo. Madres que sufren, familias hambrientas, jóvenes que escapan o se atascan en el sin sentido, el país arruinado de una punta a otra sin voluntad visible, de parte de los que mal gobiernan, para comenzar a gobernar bien, para intentar, aunque sea sólo una vez y de forma postrera, el cambio que nos conduzca al bien. Nada de eso es nuevo, pero lo terrible es que se está haciendo demasiado viejo, demasiado esclerótico y falto de aire para rectificar.

Un estado homicida incinera a unos jovencitos sin preparación en un incendio cuyas dimensiones superan sus incapacidades[1]. El sistema energético nacional colapsa por completo, sin una razón ni una solución evidentes. Escasea todo, desde la harina para el pan hasta el papel higiénico. El agua no llega de forma constante a ningún hogar ni es enteramente potable. Las enfermedades rápidamente pasan a epidemias incontenibles sin medicinas ni recursos, echando por tierra la propaganda sobre el sistema de salud pública. La educación se atrasa y se idiotiza con doctrinas rancias y un progresismo hipócrita. La enumeración colmaría todas las páginas, sin embargo, ¿qué tiene que ocurrir para que los autócratas mediocres de Cuba, mucho más mediocres y en varios puntos más autócratas que cualesquiera de sus predecesores, colmen sus ansias de poder en una situación de ingobernabilidad?

El objetivo de todo gobierno es el progreso, el sostenimiento de la paz y la distribución de la justicia, pero a estos infelices —no encuentro palabra más exacta— se les ha ocurrido regir sobre la miseria, mantener al pueblo en un estado de guerra y reprimir con mayor ahínco cualquier atisbo de libertad. En el país de Martí, Agramonte y Varela ha echado a andar una maquinaria leguleya para privar a todos de todo, anulando al bien y la fraternidad, ensanchando cada día más la desigualdad existente entre los que deciden continuar el juego y los que, de una manera u otra, quieren romper esa continuidad a despecho de sus leyes absurdas.

No es posible, en tales circunstancias, aguardar la desmoralización de los que hace rato demostraron no tener moral. La nomenclatura cubana no se siente disminuida porque no conoce, ni conocerá nunca, la grandeza. No hay entre ellos, como abunda en el pueblo, el talento y el genio para hacer avanzar a la sociedad. No hay ningún Gorbachov que, consciente o inconscientemente, se atreva a mover la pieza definitiva. Están estancados en el fracaso porque no frecuentan, por mucho que lo pregonen, la victoria.

Los soviéticos fueron al espacio, se convirtieron en una potencia militar y nuclear y persistieron como una economía nada desdeñable hasta caer de bruces ante la superioridad norteamericana. Los polacos hicieron cine y teatro, los alemanes derrumbaron el muro, los checos construyeron un país modélico. Los ejemplos sobran para percatarnos de que el experimento cubano, replicado en Venezuela y Nicaragua, no tiene que ver, como no sea en la autocracia, con las bases ideológicas que afirman.

Cuba es un estado cárcel, y el que no lo sepa a estas alturas es porque no quiere saberlo. Ahora bien, nada es tan simple como se enuncia. Una prisión es un lugar en el que la sociedad coloca a aquellos que deben cumplir una penitencia, un sitio para expurgar el mal cometido y alcanzar la redención, para que el individuo, a falta de otro subterfugio, logre recomponerse en el camino del bien y pueda ser reinserto en el sistema. Pero en Cuba, si se aplica el nuevo Código Penal, podría ir a la cárcel la mayoría de los ciudadanos, sin haber cometido otro pecado que el de atreverse a ser y pensar por sí mismos y en pro del bienestar social. En Cuba, la cárcel no es redentora ni siquiera para quienes sí actuaron mal, porque lo que aflora en la superficie es otro infierno y todos estamos caídos mientras no nos levantemos.

Por suerte, o destino, los que nos levantamos ya no somos un oasis en el desierto. Los pequeños pueblos comienzan a perder la extrañeza que hasta entonces había sido la realidad de la nación. Aun sin un programa político, la conciencia nacional adquiere cuerpo y forma allí donde sólo le era permitido, auténticamente, encarnar: en la ciudadanía, en el hombre y la mujer de a pie y obstinados, en los viejos decepcionados, en los niños —¡horror!— golpeados. Como la cofrade que aspira a esclavizarnos vive todo el tiempo en la ilusión de la mentira, se consuela forjando los barrotes de una cárcel total e imaginaria, donde encerrar no ya a personas, sino a las ideas mismas.

¿Hasta cuándo van a estirar la distopía? ¿No se dan cuenta de que en el momento en que los vimos como son, en su miseria lamentable, en el momento en que los rechazamos y los condenamos, y en ese posterior momento —rezo por ello— en que los perdonemos, ya somos libres? No, amigos míos, yo no me caí de ningún caballo para decirles estas cosas, para decirles hoy puntualmente, con respecto a su proyecto maligno: ¡la cárcel no tendrá dominio!

(Publicado originalmente en La Hora de Cuba, septiembre de 2022)

  1. Incendio ocurrido en la base de supertanqueros de Matanzas, el 5 de agosto de 2022, que causó, según datos oficiales, la pérdida de 14 vidas humanas; entre los desaparecidos, varios jóvenes que se encontraban pasando el servicio militar obligatorio en el Cuerpo de Bomberos.

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