
✍🏻 Atilio Borges
📷 Juan Pablo Estrada
Como de costumbres carcelarias se habían llenado los fosos del castillo, en 1917 estuvieron confinados allí los prisioneros del alzamiento armado de los liberales, conocido en la historia con el confitero apelativo de Guerrita de la Chambelona. Hasta que, en 1926, el monumental enclave pasó a cumplir en todas sus áreas el ominoso puesto de Cárcel de La Habana, rol que cumplió secularmente su predecesora, demolida para el hermoseamiento urbanístico de la explanada de la Punta, vértice confluyente de la Avenida del Puerto, el Malecón y el Paseo del Prado. Aunque desde Abarca hasta su definitivo abandono la fortificación fue objeto de múltiples añadidos, simbólicos y arquitectónicos, siempre en el marco pentagonal de su planta rígidamente prefigurada, no fue hasta su designación oficial como penitenciaría que se le incorporaron los apéndices constructivos que la harían plenamente funcional para este propósito.

Con un sobrio estilo, que en algo evoca el Art Decó, en la planta alta se instaló el Vivac, mientras en las bóvedas de los bajos se alojaba a los reclusos con condenas establecidas. Durante la primera mitad del siglo, al otro lado de sus rejas estuvieron Julio Antonio Mella, Eduardo Chibás, Raúl Roa, Juan Marinello, o todo aquel tildado de comunista que sacara la pata del tiesto legal. Incluso, sin filiación ideológica conocida, más que de su desconexión con la realidad, el Caballero de París engrosó el staff de celebridades que desfiló por sus mazmorras. En la búsqueda de pistas para articular la presente bitácora, el fotorreportero que acompaña estas líneas con sus testimonios me facilitó otro dato de singular interés, y es que Carlos Montenegro, el autor de Hombres sin mujer, estuvo recluido en el Príncipe por homicidio, donde comenzó a despuntar su carrera como escritor. El vínculo de este con estudiantes revolucionarios e intelectuales de la época, como Pablo de la Torriente Brau —en su igual condición de cautiverio— y José Zacarías Tallet, a la sazón contador del presidio, sumados al hábito de consultar la biblioteca del establecimiento, alimentaron la curiosidad y oficio literario de este aventurero devenido en una de las voces más peculiares de nuestra literatura. En octubre de 1957, una decena de presos políticos encabezados por Sergio González (El Curita), lograron escapar del Príncipe mediante un estudiado plan, en el cual consiguieron evadir las rutinarias revisiones durante la visita de familiares al establecimiento.
Curioso detalle de pintura mural, en este caso un paisaje, en medio del contexto carcelario. 2da. mitad del siglo XX.Tal vez marcado por ese desliz, en el que la seguridad de la penitenciaría fue burlada sin más, un año después fueron masacrados a balazos dentro de sus celdas varios reclusos políticos que protestaban contra las severas restricciones a las visitas programadas. En el asesinato múltiple perdieron la vida Vicente Ponce Carrasco, Roberto de la Rosa Valdés y Reinaldo Gutiérrez Otaño, al tiempo que muchos otros resultaron heridos. El estigma del cautiverio no cambió después de 1959, fecha en la que cayó sobre el Príncipe la compartimentación y el silencio. Durante mi pesquisa documental en las redes, fue difícil desentrañar lo que allí sucedió con posterioridad a esa fecha, cuando, obviamente, se subvirtieron los signos políticos tras los barrotes. Algunos aseveran que allí estuvieron recluidos los prisioneros de la Brigada 2506, capturados en 1961 en Bahía de Cochinos. El resto de la verdad, omitida por la oficialidad castrista, algún día saldrá a la luz desde los testimonios que completen el mosaico de vicisitudes de este recinto. El espacio que este ocupa, en un lugar privilegiado de la ciudad, sirvió como correccional hasta el año 1970, cuando se empleó para otros propósitos militares, entre ellos el de Unidad de Ceremonias del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas.

Configurando el mapa de sitios históricos de La Habana, pertenecientes a la Lista del Patrimonio Mundial de la UNESCO desde 1982, la ocupación castrense de esta joya arquitectónica fue gradualmente desmantelada para su restauración y conservación, dejada a merced de la depredación y la inhabitabilidad durante las últimas décadas, en las que la crisis terminal que atraviesa el régimen de la isla ha obstaculizado cualquier buen propósito de conservación. Lamentablemente hay nuevas cárceles, se han multiplicado; pero la superstición de transitar sobre la Rosa Náutica, fraguada en granito al centro del patio central del Príncipe, decididamente ha perdido todo su efecto.


