
✍🏻 Atilio Borges
📷 Juan Pablo Estrada
Cuando en 1763 los ingleses abandonaron La Habana, no fue complicado percatarse de los vacíos defensivos dejados a merced de eventuales invasiones. De hecho, varios estrategas e ingenieros lo habían hecho notar con anterioridad a la ocupación británica. Entre estos espacios tácticos figuraban las elevaciones y colinas que rodean a la ciudad, La Cabaña, Atarés y la loma de Aróstegui, las cuales fueron denodadamente fortificadas durante una arremetida de construcciones militares en La Habana, que a la postre devino en la urbe mejor guarnecida de América. El Príncipe fue erigido en el punto más alto de la loma de Aróstegui, a 100 metros sobre el nivel del mar, al oeste de la antigua ciudad intramural, en cuya larga pendiente hasta el mar también se construyó la Pirotecnia Militar —luego demolida para emplazar la Universidad de La Habana—, y el hoy conocido hospital Calixto García. El castillo debe su nombre al príncipe Carlos IV, hijo y sucesor de Carlos III de España.

El diseño y fabricación estuvo a cargo del coronel de ingenieros Silvestre Abarca, quien simultaneó estas obras —valga la redundancia de su acaparador apellido— con la abarcadora complejidad de San Carlos de la Cabaña. Las faenas en el Príncipe se extendieron entre 1767 y 1779, aun cuando, preventivamente, desde 1771 había quedado reforzada la defensa de la zona. La fortaleza tiene forma pentagonal irregular, posee dos baluartes, dos semibaluartes y un rediente. Igualmente comprende grandes fosos periféricos, galerías de minas, espacios para almacenes, oficinas, aljibe y alojamiento para la guarnición. La artillería contaba con 60 piezas de diferente calibre, apuntando desde sus cinco lienzos principales. A partir de este emplazamiento era posible tener una amplia panorámica hasta las murallas exteriores de la ciudad, cuando aún no se habían urbanizado los espacios intermedios entre ambas posiciones.

En la actualidad, la conurbación de diversos barrios capitalinos ha terminado por cercar esta plaza fuerte, en algunos flancos casi hasta sus murallas. A comienzos del siglo XIX, como parte del ensanchamiento extramuros, se tendió, desde la loma de Aróstegui hasta el Campo de Marte —actual Parque de la Fraternidad—, el Paseo de Carlos III, ornado con fuentes, columnas y rotondas de inspiración griega, de las cuales apenas quedan vestigios. Esta calzada igualmente servía de enlace con la Quinta de los Molinos, casa de descanso de los Capitanes Generales, a menos de un kilómetro del castillo.

La disposición y arquitectura del Príncipe fueron notables al momento de ser terminadas, destacando por los atractivos detalles de cantería en sus accesorios, portadas y garitas. No dejan de ser relevantes, aun cuando están soterradas, la red de túneles destinados a la comunicación con las avanzadillas y puestos más apartados. En particular, dos de ellos han quedado expuestos transversalmente, cuando se hicieron los cortes en una sección de la elevación para dar paso a la Avenida de los Presidentes.

La ciudad estuvo tan bien resguardada tras el operativo defensivo, que en lo adelante figuró en condiciones de disuadir a cualquier presumible atacante, por lo que muy pronto el Príncipe comenzó a simultanear como claustro penal. Albergó presos comunes y políticos, y en sus calabozos estuvo de tránsito el prócer independentista colombiano Antonio Nariño, en 1796, cuando era conducido a Cádiz procedente de Cartagena. En la segunda mitad decimonónica, acusado de los acontecimientos en el teatro Villanueva, allí guardó prisión durante cinco meses Rafael María de Mendive, quien fue visitado asiduamente por José Martí. En 1888, en las postrimerías de la dominación colonial, en los predios de esta fortificación nació el genio del ajedrez José Raúl Capablanca, en el seno de otro inmueble histórico, actualmente en ruinas, que fuera objeto de atención en una de nuestras Bitácoras. Este curioso evento, que en nada parece guardar relación con el campeón del jaque mate, se debe a que su padre estaba asignado a esta guarnición como oficial residente del ejército.

Un cambio de paradigma haría pensar que cualquier futuro pudiera ser mejor, pero, una vez alcanzada la independencia, con la instauración de la república, oscuros derroteros signarían la existencia del Príncipe.
