
Los cubanos los conocemos desde niños. Pero sólo los nombres y algunas anécdotas. Una pesada construcción ideológica de semiverdades exitosas y desastres verdaderos aplasta la mente del cubano cuando escucha los nombres que debieran ser imprescindibles de Félix Varela, Ignacio Agramonte y José Martí.
Pero desechemos la ideología y atengámonos a los hechos. Revisemos.
¿Demócrata un cura? El hoy Venerable Siervo de Dios padre Félix Varela y Morales creó en 1821, siguiendo instrucciones de su obispo, la primera cátedra de derecho democrático en América Latina. Impartiendo Derecho Constitucional, la gente se apiñaba por las ventanas para oírlo. Su primer ejercicio de la palabra pública fue para invitar a los ciudadanos a votar por sus representantes a las Cortes, durante el período liberal español del momento. Él mismo fue electo diputado y luchó en las Cortes por la independencia de las repúblicas insurgentes en la América hispana y por la autonomía para Cuba. Votó contra el Rey frente a la reacción y fue condenado a muerte. Tradujo el manual de prácticas parlamentarias de Thomas Jefferson, en un intento por educar a sus discípulos de la Isla en las formas y contenidos de la democracia. Los discípulos se ofendieron cuando, por inexcusable objetividad, denunció en las Cartas a Elpidio los asesinatos de monjas por parte de los protestantes, en el supuesto paraíso democrático norteamericano de entonces. Ya que los suyos se negaban a hacerle caso, el Padre desistió de escribir la tercera parte de esas Cartas, que debía enfrentar el tema del fanatismo. Murió solo, atenido a la integridad que es la clave del demócrata. La impiedad y la superstición, tema de esas Cartas que nadie lee, siguen dominando la vida cubana doscientos años después. ¿Y el fanatismo?
Ignacio Agramonte llegó a la Asamblea de Guáimaro interrumpiendo su luna de miel con la mujer de sus sueños. Pero si convertimos la iluminación romántica, que ahora creemos que fue un apagón, en melcocha de telenovela, nos atendremos al mito de que el Nacho intentó, escolar sencillo que era, una democracia de papel, que al cabo daría al traste con la Revolución. ¿Ya hemos reflexionado las declaraciones del joven cuanto ilustrado jurista en contra del socialismo y el totalitarismo? ¿La Constitución que consagraba los valores democráticos fue una construcción inútil y peligrosa? Una historiadora oficial ha sugerido hace poco que lo que se hizo en Guáimaro fue un golpe de estado contra Céspedes. La mayoría de habaneros, villareños y camagüeyanos le habrían impuesto una dictadura a la minoría de los orientales, cuyo mérito consistía en haberse sublevado sin contar con el resto del país, y que se quedaron con los principales puestos: la presidencia, la jefatura del ejército, la secretaría de la Guerra, la representación en el exterior. Y fueron un fracaso en todas esas direcciones. ¿La Cámara era culpable de que los generales, los ministros y los diplomáticos fueran incompetentes? El que se abstuvo de ser un fracaso como militar fue el jovencito iluso, que comenzó por renunciar en Guáimaro a su cargo de representante, y en una brevedad de tiempo realmente asombrosa, a pesar de que Céspedes le robaba los caballos, creó un ejército que luego impresionaría al militar de carrera Máximo Gómez. El general en jefe Thomas Jordan, antes de fracasar como yanqui en una guerra de guerrillas cubana, le pedía al Nacho ciertos libros de estrategia militar que sabía que él había estudiado en inglés, antes de ser electo representante. Con estos datos se susurra que como Mayor General al Nacho se le había olvidado la democracia. Pero cuando el Secretario de la Guerra prohíbe que los mambises lean los periódicos españoles, el demócrata discípulo de Luz discípulo de Varela, le envía una carta muy divertida, que difícilmente pueda leerse en la Mesa Redonda. Nos prohibían leer y por eso nos hemos sublevado, dice. La muerte de Nacho fue una tragedia que todavía debemos evaluar. Por primera vez el líder demócrata era también un líder de los acontecimientos. Lo perdimos.
También seguimos perdiendo al tercer líder, que movió los hechos que se antojaban imposibles: un alzamiento simultáneo de Oriente a Occidente. Un ejército de treinta mil hombres siguió a un escolar sencillo. Este éxito sirve para que nos olvidemos del origen y los contenidos del éxito. Qué casualidad: el club Ignacio Agramonte de Tampa convoca a Martí para crear el Partido. Porque, fijémonos, la guerra no la organizan unos militares, sino un Partido político. El partido se funda un 10 de abril, invocando a Guáimaro. No sé si pueda demostrarlo, pero sospecho que la palabra democracia aparece por primera vez con fuerza en los documentos políticos cubanos, y generando nuevos sentidos, con José Martí. Democracia cubana, sincera democracia. Con todos y para todos. Hacer la guerra como demócratas, para asegurar la república democrática. Carezco de espacio aquí para citar, y sé que es inútil. O lo leen o se quedan brutos. Escojan.
¿Y los hechos de este demócrata? Los tres cargos del Partido, que está compuesto por clubes independientes de la jefatura y diseminados por los Estados Unidos y el Caribe, eran electos anualmente, y el escolar sencillo, que cree en cosas bonitas y poco prácticas, aclara una y otra vez que ese ritmo electoral se establece para alejar cualquier sombra de dictadura. Incluso durante ese mandato de un año, el Delegado podía ser depuesto por los clubes. El Partido carece de un órgano oficial periodístico, a pesar de que el escolar es un periodista de fama hemisférica: libertad de opinión total. Los cargos de General en Jefe y Lugarteniente General resultan también electos, extremo de democracia porque los jefes militares suelen ser designados desde arriba en cualquier ejército: pero elegidos sólo en Consejo de Jefes. El líder político rehúsa designarlos y les respeta la independencia. Porque ya les había dejado claro que un pueblo no se funda como se manda un campamento. El ejército, libre, le dice al Lugarteniente insubordinado e irrespetuoso que sigue aspirando a la dictadura, y el país como país, es decir, como civiles, y en toda su dignidad representado. Porque ser civil es la meta y una dignidad en sí misma. Y la representación es su consecuencia.
José Martí, el prodigioso autor de miles de páginas, no redactó ningún proyecto de Constitución, pero se dirigía a Camagüey a organizar la representación de la dignidad civil. Que se reunió, ya sin él, en Jimaguayú, para homenajear a Agramonte. Hubiera asistido a declinar el cargo de Presidente que merecía, entre otras razones porque su utilidad afuera era inmensa. Iba solo a deponer su autoridad electa ante una autoridad electa mayor. Iba a deponerse, jamás a imponerse. Más que la letra o la forma, que tanto cuidaba como vemos, le interesaba el espíritu democrático de la Revolución, que garantizaría la democracia en el triunfo. La democracia comenzaba con el sacrificio de su persona. Antes de que pudiera liderar este acontecimiento, muere. Y por eso lo lidera hasta hoy.
El demócrata Martí es el único líder político exitoso en Cuba. (Los republicanos hundieron la República, y algunos siguen tratando ahora de construir la base material y técnica del socialismo, para luego atreverse al comunismo, la sociedad perfecta; pero en la cola del pollo se escuchan dudas sobre el realismo de esos objetivos). Su tarea primordial, separar a Cuba de España, se logró. La guerra que se hizo sin la guía del demócrata, y con los demócratas menores reducidos a soldados, con formas republicanas pero sin espíritu de democracia, se estancó primero y luego dio origen a una república ambigua, repleta de aspirantes a la dictadura en un pueblo inculto, irresponsable y tonto. Con Martí se acaba el proyecto democrático cubano hasta hoy. Sólo dos líderes políticos del siglo XX se comportaron como demócratas: los presidentes Zayas y Grau. Ampararon las libertades, respetaron la ley, intentaron cumplir los grandes propósitos nacionales, se negaron a ser reelectos. Dejaron un país un poco mejor que el que recibieron. Pero la diferencia entre estos dos personajes y los tres líderes decimonónicos es abisal. La inteligencia primada del país, de la que hablara Martí, se ahogó en un charco de mediocridad colectiva. La ideología romántica del patriciado se hundió con la eclosión popular de un Yarini. Hay que ser chulo. Hay que ser macho. Hay que imponerse a cualquier precio. Ser comunistas para triunfar, dice el himno de la Federación de Mujeres Cubanas. Un pueblo que ha dejado de ser patricio para ser como realmente cree ser, impío por flojera, devoto de la superstición para imponerse, fanático del machote que se impone, está privado de reconocerse en los valores y desafíos de la democracia.
Sea usted mismo, triunfe.
Apártese del cura, del romántico, del soñadol que nunca supo cómo somos de veras.
Quítese esas tonterías de la cabezota.
Agárrese los testículos.
Sea visigodo.
(Publicado originalmente en Hypermedia Magazine, el 17 de febrero de 2020)