
Existen varios ejemplos de comunidades de fe, en la intersección entre resistencia y política.
Uno es el de los evangélicos surcoreanos bajo el mandato de Park Chung-hee, de auge económico, pero restricción a libertades civiles[1]. Al inicio la mayoría de iglesias guardó silencio, posiblemente por el lógico temor a amenazantes vecinos socialistas (la URSS, Corea del Norte, Vietnam, Laos y China). Pero en los años 1970, se unieron a activistas democráticos, facilitando una estructura organizativa central. Los templos cobijaban reuniones, oraciones y protestas que el Estado prohibía, pues la policía dudaba en disolver actividades en terreno sagrado[2].
En la década de 1990, con una generalizada apertura democrática, algunas iglesias y pastores latinoamericanos tuvieron sus primeras experiencias partidistas. Querían “cristianizar la política” para solucionar problemas sociales y expandir valores cristianos, usando estrategias que pasaron de una “desde arriba” a otra “desde abajo”.
La primera buscaba un presidente que gobernara con valores cristianos; pero tomar espacios centrales de poder para transformar las naciones tenía dos problemas: casi nunca los evangélicos eligieron a uno de los suyos y, en casos como el del peruano Alberto Fujimori, una vez victoriosos apartaban a los evangélicos que les habían votado. En varios países los evangélicos apoyaron nuevos referentes de izquierda, creyendo que así saldrían de los que creían graves desafíos sociales. Pero una vez en el poder, el progresismo imponía agendas que deterioraban la nación[3].
Decepcionados, los evangélicos se movilizaron para recuperar espacios perdidos, pero con otra estrategia: “desde abajo”, ocupando bancadas legislativas, municipalidades, secretarías, etc. El plan pretendía contener la avanzada del marxismo cultural en la educación pública o las leyes[4].
Esa estrategia tiene una de las más recientes e importantes expresiones en Occidente, por ejemplo, en el Congreso Iberoamericano por la Vida y la Familia[5] (CIVF), donde hombres y mujeres de la política de la fe junto a grupos de la sociedad civil, organizan, coordinan y ejecutan acciones.
La acción es, en principio, un reflejo ético. En ese sentido, dos conceptos afines son: a) la ética, que tiene que ver con la teoría, y, b) la moral, con la práctica. Si la ética habla de una naturaleza moral o carácter distintivo que rige a una persona, grupo o institución, la moral refiere a la forma en que esa persona, grupo o institución, practica la ética mediante hábitos y conductas.
A partir de esta íntima relación, podemos afirmar que de la ética nace una moral y de una moral ejercicios civiles. La praxis revela una cosmovisión; las acciones revelan qué anima nuestro ser.
El teólogo Herman Bavinck consideró que la ética (protestante) describe las obras que el hombre renovado realiza en el poder de las obras de Dios, y resumió como “la dogmática” las obras de Dios para, en y dentro del Hombre. O sea: la ética era el sistema del servicio en Dios y la dogmática el sistema de conocimiento de Dios[6]. Para él, ambas estaban muy unidas.
Por ello, el teólogo apoyó llevar la fe a toda esfera humana. Al arte, las ciencias, la educación. Él mismo actuó en la política como parlamentario. “La fe debía convertirse en acción”, escribió[7].
En la Cuba del siglo XXI varios evangélicos coincidían con Bavnick, y objetaban la inercia ante un tirano o políticas antagónicas a la fe e invitaban a actuar[8]. Sobre eso, el pastor Carlos López Valdés ha escrito: “Cada uno de nosotros debe reconocer delante de Dios hasta dónde su arco fue tensado o hasta dónde no lo fue. (…) Oro por las futuras generaciones, oro por un avivamiento, oro porque tengo esperanza y una fuerte confianza en que siempre Dios gana las batallas”[9].
Durante las protestas del 11J el grupo religioso con más líderes reprimidos fue el evangélico. Ese acompañamiento al pueblo traía los ecos del MoCE (Mover Cívico Evangélico), generalizado ya entre miles de cubanos.
El pastor Lorenzo Rosales Fajardo fue uno de los detenidos. Al verlo, casi un mes después de la detención, su esposa halló a un hombre famélico, pero de admirable firmeza. En julio de 2023, estando de pase junto a su familia, lo conocí en una videollamada. Lo primero que contó, excitado, fue que bautizaría, en una piscina inflable en su casa, a tres reclusos a los que predicó el evangelio.
El cómodo engaño tirano de que los hombres de fe no deben opinar o actuar en política, o sea, que son ciudadanos de segunda, murió el 11J. Y reforzó que recluir a un líder no anula su impacto.
El independiente Centro de Estudios Convivencia (CEC) aspira a una Cuba futura con una plaza pública donde se interconecten entre ética, política y religión. Esta última, espera que, “profesada y practicada libremente en un Estado laico moderno, pueda ser un medio para cultivar la eticidad, la coherencia personal, la motivación a la entrega en el servicio público, la convivencia pacífica y fraterna”. El CEC ansía que una espiritualidad profunda aporte “una mística, una fuerza interior al ciudadano cubano y que cada confesión religiosa pueda trascender el ámbito de lo privado para ofrecer su contribución pública a la vida social, política, económica, moral y espiritual”[10].
A la armonización de política, moral y ética en lo socio-jurídico podríamos llamarla Poliética.
Contra ese alineamiento, dos factores de interrupción nefastos son la desinformación y el miedo.
Así, un cristiano en Cuba totalitaria puede alegar no meterse en política, porque para él (y el cubano promedio) la política “es”, sólo, la que dicta el Estado, una cautiva e ineficaz. Y de ahí nacen actitudes que van del asqueo a la lógica de no cooperación con lo oficialmente admitido.
Como consecuencia de la no participación el cristiano —ya dijimos— queda como ciudadano de segunda, que no puede aportar, por sus creencias, al ordenamiento social. Esto es algo peligroso, que no debe transferirse a la cultura cívica de una futura Cuba libre.
En voz del presbítero Félix Varela: “No hay Patria sin virtud ni virtud con impiedad”[11]. La última palabra es crítica, parece ser la raíz en el silogismo del pensador cubano. La piedad, derivada de Dios, imanta la conducta a lo santo, e inspira actos de amor y compasión hacia el prójimo. Para Varela, un verdadero político, aun persuadido de que las ideas religiosas son absurdas, propendería a conservarlas: “destruidas no podrían conseguir que los pueblos dejasen de entregarse a la inmoralidad, que es el ataque más fuerte y la enfermedad más grave del cuerpo social”[12].
No existe tal cosa como un vacío de poder. El ejercicio político es la administración de lo moral en el espacio público, y si los buenos no están allí seguirá ocupado por los rufianes de siempre.
El “no meterse en política” suele ser una reacción a la opresión, no una verdad teológica ampliamente aceptada. Basta ver cómo cubanos que callaban o criticaban a creyentes opositores, fuera de la isla votan por cristianos en política y adoptan la frontalidad que antes reprochaban.
En abril de 2021 lancé en el nutrido grupo de Facebook Cristianos Cubanos, un llamado a dar asistencia religiosa al artivista Luis Manuel Otero Alcántara, en huelga de hambre. En 2018 él había tomado fotos para mi libro sobre violencia en La Habana. Y aunque nos separaban millas ideológicas, sentí el deber moral de llevarle la Palabra de Dios en ese instante de tensión y dolor.
Mi convocatoria recibió críticas de perfiles, quizá asociados a la policía política, con frases como “los cristianos no se meten en política”, “ningún sistema humano es perfecto”, “obedezcamos a las autoridades”, “oremos desde la casa” (como si no fuéramos criaturas encarnadas).
Respondí que ningún sistema era perfecto, pero en Cuba era el socialismo quien perseguía a los cristianos. Pregunté si conocían de las UMAP, la confiscación de templos y biblias, la reclusión y arrestos de pastores y la expulsión de misioneros, las demoliciones de iglesias o la prohibición de entradas a predicadores. Dije que muchos que me criticaban sabían que Cuba era una tiranía por la escasez y la cacería a disidentes, pero que entendía no todos tenían el valor de decirlo.
“Si usted no tiene el valor de alzar la voz contra un dictador o contra la injusticia, por favor, no mande a callar a quien sí encontró las fuerzas para hacerlo. No pida a los administradores de este grupo censurar al cristiano que no piensa como usted, no crean que ‘al César lo que es del César’ calza su silencio ante lo malo, y que por eso usted es un creyente superior al resto”, contesté.
A los que consideraban que orar era la única manera de mostrar el carácter de Cristo, les insté a orar. Pero recordé que no hay nada más anticristiano que mirar a otro lado frente a lo injusto, cuando encarcelan a alguien por su modo de pensar, apalean o empujan al exilio a un opositor. Pedí que dejaran de equiparar el capitalismo con el socialismo, pues si este ofreciera más libertad y prosperidad, los cubanos emigrarían a Venezuela o Corea del Norte, no a México o España.
En definitivas, el 1ro de mayo de 2021 un grupo de jóvenes evangélicos organizados en Cristianos Cubanos intentamos romper el cerco policial en torno a Alcántara, cuya huelga de hambre por la falta de libertad artística en la isla interrumpiría días después la policía. Pretendíamos llegar al artista para orar y predicarle el evangelio, pero las autoridades nos detuvieron y amenazaron[13].
Algo similar a mi experiencia en aquel grupo de Facebook, lo han vivido otros evangélicos bajo el totalitarismo. Con claridad, el metodista Carlos Macías López lo articuló en 2018:
Aprecio y valoro grandemente la libertad de expresión, tanto para mí, como para los demás. Pero, no logro entender, por más que lo intento, a esos amados hermanos en la fe, que desde “afuera” critican o cuestionan las decisiones de [Donald] Trump, con razón o no, ese no es el punto, mientras que cuando estaban aquí jamás alzaron su voz en las redes sociales para criticar a Fidel Castro y sus desastres, “porque eso era meterse en política”.
Sólo lo hacían parapetados detrás de un seudónimo, un gesto disimulado, un chiste, el doble sentido, o desde el anonimato de una conversación amistosa y cerrada.
¿Será simple instinto de conservación? ¿Serán los placeres y las posibilidades de vivir en una sociedad imperfecta, pero que no penaliza las diferencias? ¿O ambas cosas?[14]
El dilema, para Macías López, no era bíblico/teológico sino cultural/circunstancial. Consideró que, excepto aquellos creyentes que salieron respondiendo a un llamando especial de Dios, otros lo hicieron porque el sistema socialista les privaba de un futuro decente a ellos y a sus hijos.
Pero ¿sobre cuáles argumentos mis queridos condiscípulos cuestionan a los que declinamos marcharnos, a los que, en respuesta a un elemental principio de Justicia, hemos preferido quedarnos, para desde una perspectiva teológica, levantar nuestras voces a favor de las libertades y derechos con que Dios nos creó a su imagen y semejanza, los cuales a diario son pisoteados por este oprobioso régimen?
Como creyente en Jesús soy libre: verdadera y completamente (…) Es mi deber, desde el amor, la espiritualidad, el respeto y la ética cristiana, llamar a lo malo, malo. No al revés.
Un seguidor de Jesús, que esté comprometido en verdad con Dios, con su prójimo y consigo mismo, debería llamar a las cosas por su nombre.
No es justo que nadie nos amordace, ni con moldes ideológicos, ni con moldes religiosos.
Mi llamado no es que se sumen a la política. Esa es una elección personal. Aún y cuando pienso que es casi imposible no tener una postura política. Mi invitación es a que como cristianos alumbremos más, sobre todo donde más tinieblas hay, o sea, donde vivimos.
Cada vez que vemos una injusticia y guardamos silencio, o desviamos la mirada, o nos refugiamos en nuestros lindos y cómodos templos, (por cierto, reconstruidos casi siempre con dinero que viene del capitalismo) o en nuestras actividades, es como si escondiéramos la luz que de Cristo hay en nosotros, debajo del almud de nuestros temores, conveniencias y egoísmos. Creo que no tenemos ese derecho. Creo que es un crimen[15].
Esta actitud, es justo y penoso decirlo, se repite en la mayoría de los habitantes en la isla. El silencio (como mecanismo de defensa ante posibles decomisos, juicios, arrestos, etc.) estando dentro y la valentía instantánea no más se llega a aguas internacionales.
En Cuba el cristiano canaliza sus ansias de libertad en la prédica constante, la vida comunitaria, e intentando a diario una existencia sujeta a valores bíblicos, contrarios a los socialistas. Una libertad distinta a la política, una que pudre el yugo del pecado y da acceso a la vida eterna, lejos del mundo corrupto en que vivimos, aunque no necesariamente desentendida del entorno social, allí donde el creyente practica la virtud e imita a Cristo para testimonio a inconversos y hermanos.
En Jesús el pueblo judío esperaba a un líder para liberarse del tiránico Imperio Romano. Sin embargo, la Palabra que dejó señalaba al interior y no al exterior del ser humano.
En la misma medida que la mayoría del pueblo, atemorizado por el Gran Terror de los años 1960 y la aniquilación de las guerrillas patriotas, se recluyó discretamente en los hogares; la Iglesia pasó a enfocarse en el trabajo interno, limitadas sus posibilidades de acceso mediático y público.
Lo que vino después se describe en muchas denominaciones como años de ancianas orando en templos semivacíos, manteniendo la tradición y la fe en los hogares, casi en susurro, aun cuando el Estado les mandaba a callar y, en hipnosis colectivista, toda una nación les llamaba retrógrados.
Como esos héroes anónimos de la fe, existen otros casos bíblicos de desobediencia civil, provocada, mayormente, por la prohibición de la libertad de conciencia o cuando el Estado o poder terrenal establece por fuerza o ley un mandato contrario al bíblico.
En el Antiguo Testamento cuentan la negación de las parteras Sifrá y Pua, en Éxodo, a cumplir la orden del Faraón de matar a los varones recién nacidos. Cuando el monarca de Babilonia mandó no reverenciar a otro dios que al que había creado, Daniel continuó orando a Jehová sin ocultarse. A la vez, los jóvenes hebreos que servían en la corte, Sadrac, Mesac y Abednego, no adoraron la estatua. “Si perezco, que perezca”, dijo Ester, esposa del rey Jerjes I, al violar la ley de no acercarse al rey sin que este requiriese su presencia, para salvar al pueblo judío de una matanza. Mardoqueo no se arrodilló ante Amán, alto funcionario del reino persa henchido de antisemitismo y deseos de adoración personal, pues transgredía el mandamiento de venerar solo a Jehová.
En el Nuevo Testamento, el evangelio de Mateo refiere otro desafío a la autoridad política cuando los tres sabios de Oriente, también conocidos como Magos, no reportaron al paranoico gobernador Herodes el sitio del nacimiento de Jesús y, en su lugar, tomaron otra dirección. Juan el Bautista acabó en la cárcel por criticar a Herodes mismo por cuestiones morales, “por vivir con Herodías, la esposa de su hermano”, y “por otras maldades que había cometido”. En Hechos el apóstol Pedro obedeció a Dios antes que a los hombres, al contravenir la prohibición de predicar a Jesús, dada por las autoridades del Templo de Jerusalén.
La desobediencia civil es una forma de participación política extrema, en tanto resiste el embate de la injusticia y sus sucedáneos (corrupción, tiranía, etc).
Pero, ¿qué es la Justicia desde un punto de vista bíblico? ¿Los estándares morales para la “Justicia”, las leyes que reflejan esas normas, las recompensas y castigos que estos exigen, o el sistema legal formal y las actividades judiciales que garantizan el ejercicio de estas normas?
Para la National Hispanic Christian Leadership Conference un desafío actual de cualquier sociedad es acordar el marco moral para su concepto de Justicia. La organización refiere que en algunos lugares parece reducirse cada vez más a un vago sentido de fairness[16] (justeza) y tolerancia, mientras que un conjunto anterior de convicciones compartidas basadas en valores judeocristianos sigue perdiendo terreno y siendo cuestionado[17].
Teológicamente, la Justicia es parte del carácter de Dios, no simplemente un ideal filosófico o un punto de referencia establecido por consenso popular y, por ende, está entretejido en la Creación misma y Su gobierno soberano en la historia. En consecuencia, violar la Justicia es desafiar a la persona de Dios y contradecir el tejido moral del universo[18].
La Biblia no describe la Justicia de Dios como fríamente imparcial u objetiva. Es innata al amor y la compasión, expresión de pacto con Su pueblo y la humanidad como Creador. Por eso aún la maldad de Nínive fue respondida con el envío de Jonás; por eso desde el púlpito en las iglesias cubanas de mi niñez, se oraba a Dios para que “las autoridades” giraran sus corazones a la Verdad.
La Justicia de lo alto instituye el estándar para la terrenal. En el antiguo Israel, la primera debía estar en la cultura (tratos con los extranjeros), trabajo (salarios justos, escalas honestas), tribunales (fallos sin soborno) y política (se preveía que todo israelita actuara en Justicia, más los líderes)[19].
La idea última es establecida en el Antiguo Testamento: la venida de un rey, el Mesías, que reinaría con justicia[20], y el día en que castigaría a los malos y Dios juzgaría a las naciones[21].
Era tal el peso de la Justicia, que Él rechazó la adoración del pueblo, si no la exhibía antes[22][23].
Bíblicamente la relación correcta con Dios es inherente al trato adecuado al otro. La Justicia ante Dios requiere —y no tiene sentido sin ella—, justicia y misericordia hacia los demás[24].
Hablar y hacer justicia en la sociedad implica el aporte en lo público, terreno para la ordenación cultural y política. Para los creyentes en un Estado totalitario se expresa, primordialmente, en un deber por resistir la imposición de violaciones a la libertad de conciencia (derecho primigenio).
El pensador Eric Metaxas califica de “traición a la fe mantenerse silente ante la tiranía”, alaba la “responsabilidad, íntimamente presente en la tradición Abrahámica, de actuar contra la falsedad”, y critica la inmovilidad como una “delgada visión teológica” sobre qué es tener fe. Además, objeta la idea de que “puedo estar en contra de algo en mi mente, pero no tengo que actuar, hacer algo al respecto”[25]. Somos cuerpo y espíritu, ergo, otra vez, la acción es, en principio, un reflejo ético.
En 1947 el teólogo Carl Henry advirtió a sus contemporáneos de posguerra que el cristianismo histórico corría el riesgo de perder influencia por la vacilación de la iglesia a aplicar el evangelio a “problemas mundiales apremiantes”[26]. Entendía, quizá implícitamente, que en una sociedad no hay tal cosa como un vacío cultural, sino que conquista ese espacio una fuerza distinta a la que se retira. En su caso fue el totalitarismo rojo, que causaba millones de muertes del otro lado del telón de acero y penetraba en los salones rosáceos de las universidades y grandes medios de Occidente.
En la época de Henry, muchos evangélicos tuvieron la tentación de retirarse o habían dejado ya la plaza pública. Como resultado, los creyentes se estaban volviendo cada vez más inarticulados acerca de la relevancia social del evangelio. Esta retirada daba la engañosa sensación de que el cristianismo no podía competir con las ideologías en boga[27].
En lugar de esa actitud evasiva, Henry alentó a los creyentes a implicarse en cada rincón de lo público, aplicando fundamentos de su fe, incluyendo la cultura, como alma de una sociedad, y a la política, como gestión de un sistema de valores compartido.
En esa cuerda, Metaxas consideró que una apatía generalizada de la iglesia protestante alemana, viabilizó el ascenso del Nacional Socialismo, aun cuando hubo honrosas excepciones como las del pastor y líder de la resistencia Dietrich Bonhoeffer, Martin Niemöller y movimientos como la Bekennende Kirche o Iglesia Confesante, cuyo texto fundacional, la Profesión de Fe de Barmen, declaraba que la iglesia debía fidelidad a Dios y a las escrituras, no a un Führer terrenal.
Entre la Iglesia Confesante y creyentes pro-nacionalsocialismo, que formaban parte de la Iglesia protestante alemana, se dio una Kirchenkampf o lucha religiosa. Los primeros, incluso, crearon instituciones para validar teológicamente lo ario y políticas estatales antisemitas —como en Cuba otras, justifican imposiciones castristas como el socialismo y, en el siglo XXI, la IG. En los segundos brotaron sentimientos antinazis que acercaron a muchos a la resistencia, críticas a la doctrina y nociones de pureza racial, y movimientos para proteger a “no arios”, como los judíos conversos; y en 1935 desde los púlpitos de las iglesias confesantes se leyó una declaración disidente, por la que fueron arrestados más de 700 pastores[28].
La Kirchenkampf ocurrió a la vista de un grupo mayor: líderes neutrales, que evitaban careos con el Estado, para que la institución pudiera seguir sirviendo a los fieles[29].
Con el eco de las epístolas paulinas, en su libro Carta a la Iglesia Americana, Metaxas llamó a los cristianos en los Estados Unidos del siglo XXI a no seguir pasivos ante la pugna revolucionaria por mayor hegemonía cultural, pues avizoraba una consiguiente traducción legal (con empuje estatal detrás) que hundiría la libertad de conciencia. “No hablar es hablar. No actuar es actuar. Dios no nos tendrá por inocentes”, escribió; y compartió su temor de que algunos cristianos usen el evangelismo como excusa para evitar la política, tal vez por la fuerte presión legal o cultural[30].
Su llamado es aplicable a otros contextos, el cubano incluido. El castrismo fue una oscura avanzada en la limitación de lo cristiano en la esfera pública. ¿Es ese el futuro global? No, espero.
Desde su legalización en el siglo IV hasta la Revolución Sexual y el auge del marxismo cultural en los medios y la academia, el cristianismo fue la fuerza cultural dominante en Occidente. Hoy, los creyentes deben reconsiderar su papel en la política y la cultura para restaurar una visión del mundo que impulsó el mayor avance filosófico, económico y tecnológico de la humanidad.
El antagonismo entre los fundamentos, el ethos del socialismo y el del cristianismo —desde sus textos dogmáticos, veremos—, se ha agudizado en el siglo XXI.
La ruptura de todo tipo de ética y normativa en la posmodernidad, es descrita por el teólogo Juan Manuel Quero Moreno como causa “una nueva ética ultramoderna” (¿wokismo?) que busca desatar al ser humano de la esclavitud de la maldad (pecado). Así, la tolerancia a todo lo que parece anular cualquier ética, choca con la cuestión de, digamos, cómo tolerar la intolerancia[31].
Como mismo no existe tal cosa como un vacío de poder, tampoco existe un vacío ético. Habrá cristianismo o paganismo. Para Quero Moreno el Evangelio es ética, pero una verdadera. No es, como otras, un grupo de normas (como creían los coetáneos de Jesús), sino una que será Logos, Palabra Viva, que guía y libera “con los principios necesarios acordes a la voluntad de Dios”[32].
Karl Barth, Alexandre Christoyannopoulos y otros autores, reconocen que poderes terrenales han usado la fe para fines espurios, pero identifican rasgos en las bases del cristianismo que lo alejan del Estado. A la vez, leen al cristianismo como una tercera vía para ordenar la vida en sociedad.
El libertario Miguel Anxo Bastos argumenta que esa concepción cristiana es parte medular en la búsqueda de respuestas a los problemas que plantea el estatismo, pero mediante el rechazo. Él cree que el rechazo de Jesús a gobernar todos los reinos, durante la tentación en el desierto, figuraba un rechazo moral al ejercicio del poder terrenal para toda la humanidad[33].
Jesús resistió la oferta porque su misión era morir por los pecados del mundo. El pasaje bíblico no confirma que un oficio como el del político sea malvado en sí. La Biblia habla de reyes que hicieron lo bueno o lo malo, y sus gestiones fueron bendecidas o castigadas por Dios.
La medida de lo justo, al administrar el poder, es la búsqueda de la santidad.
Aun así, la mirada cuestionadora hacia el ejercicio político es muy válida dada la materia con que trabaja: el poder. Peligrosa en tanto apela a la naturaleza caída del hombre. Lord Acton en el siglo XIX, al juzgar las historia monárquica y papal, sintetizó esa realidad al decir que todo poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente.
Como quien trabaja con materia nuclear debe cuidar su cuerpo de la activación y proliferación del cáncer, el político debe mantener a raya el ego y la balanza falsa. ¿El antídoto? Acercarse a Dios y someterse a su mandato, porque no hay ni uno bueno, señala La Biblia. Nosotros mismos no hallaremos el camino de Justicia, solo guiados en la Verdad.
Anxo Bastos destacó cómo en las últimas décadas tantas organizaciones cristianas cuestionan a los Estados, con críticas respecto a la moralidad de los actores estatales al incumplir un principio ético cristiano: no hagas lo que no quieras que te hagan a ti[34].
Dicho lo anterior, el modelo cristiano, que reconoce el mal totalitario y los frutos de la libertad, es primordialmente cristocéntrico. Y por eso admite la alerta bíblica sobre el poder terrenal, cuando los israelitas pidieron a Dios un rey, y Él les adelantó cómo este los saquearía y dominaría.
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