Fotografía de Juan Pablo Estrada.

¡Qué bien!

Usted tiene su propia idea.

Ya tener una idea personal acerca de algo, significa mucho. Dentro de poco puede significar nada, pues para pensar están las máquinas. Pensar suele doler, pero a la máquina no. La máquina es un ser superior, al que no le duele nada, y por eso es sabia e infalible. Usted podrá gozar, según la variante que le recomiende o disponga la máquina, que alguien programó con su propia idea. Pero eso tal vez tarde unas décadas, y usted quizás se muera antes, o lo mate por error una máquina con o sin programa de una ideación ajena. Por el momento usted tiene una idea propia acerca de esto o aquello. Por el momento usted es humano, y honra una capacidad de la que carece un búho, a pesar de esa apariencia de sabiduría que le hemos adjudicado con nuestra propia ideación. Tener una idea propia acerca de algo es loable, y no seré yo quien la persiga, la condene o al menos la excluya, que es lo que se ha estado haciendo con mis ideas acerca de cualquier tema no solo por el antisocial socialismo y sus gendarmes ideológicos, sino igualmente por intelectuales con ideas personales distintas a las mías, y hasta por amigos que quieren verme enfermo o muerto por el delito de tener otra idea acerca de cómo vivir, enfermarse o morir. Pues una de las características de la idea personal es que es tuya, como el cepillo de dientes, y resulta intransferible sin riesgo de pandemia; pero a diferencia de la toalla o el calzoncillo es una idea que se usa para combatir otra idea personal, pues si no se combate esa otra idea ya no es personal ni prestable, sino una cosa común, como la calle o la ciudad. Tener una idea personal equivale a rechazar todas las otras ideas personales, que resulta que son unas siete mil millones y contando. ¡Cuánto orgullo de no coincidir con nadie, y ser al fin genial e insuperable!

Yo confieso carecer de ideas propias acerca de muchísimos asuntos, algunos de ellos verdaderamente decisivos, como por ejemplo construir e instalar una reja de cabillas para declararme encerrado por los ladrones o los policías en mi propia casa, ya que he fracasado en defender mi ciudad y mi país de las ideas personales y dictatoriales de una gentuza violenta. ¿Cómo se hace esto o aquello? No sé. Ni siquiera sé si sabía, o si se supo hace doscientos años. Son cosas de la edad. Pero me he vuelto malicioso. Leo y escucho cientos de ideas acerca de cómo debo vivir o pensar o cómo debo dejarme matar, o matar yo mismo, y me siento realmente incómodo. Es como cuando me arreglan el techo la gente capaz y con idea: la gotera sigue aumentando. Las ideas personales van en aumento, a medida que casi todo el mundo se vuelve personal; pero fallo en encontrar —y espero que este fracaso no sea sino una idea propia sin ningún respaldo fáctico o teórico—, un crecimiento lineal o exponencial del acierto en algún punto del planeta. Hay desastre en cualquier país y en cualquier persona, y hay políticos, y hay siquiatras, muchísimos, y muy personales. El resultado evidente para mí es la perspectiva del despelote absoluto de la imbecilidad y el odio en todas partes: la guerra mundial todavía no, sino interna, en cada país y en cada cabecita, a fin de que el odio sea universal y nos salven las máquinas; o casi todas las ideas coincidan en la necesidad de extinguirnos por odiadores impersonales, y lo hagamos con una única unanimidad un tanto impropia, gregaria e indecente, pero definitiva. A fin de cuentas, pensar duele.

A mí por ejemplo me duele pensar en aquel muchacho que se alegraba de haber nacido después de Platón, en cuya época sin electricidad ni máquinas un filósofo de rango máximo debía ocuparse de gente inferior, que llamaban sofistas, y que al parecer eran la mayoría de los que usaban y exhibían ideas propias en aquel atraso de la lámpara de aceite perfumado y los esclavos obedientes y blancos. Aristóteles sabía, y lo dijo personalmente, que esos blancos eran animales parlantes. Y que la oligarquía y la tiranía eran formas de gobierno diferentes. A mi juicio no le gustaba la democracia, porque si la ciudad se sometía al poder del voto, los sofistas alcanzarían el poder sin asaltar ningún capitolio. Era mejor crear la Lógica, y vaya si lo hizo con genio; y educar con ella a Alejandro, oligarca y tirano del mundo, que murió joven y vivió infeliz y absurdamente. En fin, habían hecho demasiado esos griegos al crear una Academia para obtener ideas de forma objetiva, nunca con la mente privada y la gana personal. Nadie entre que no sepa Geometría, dicen que decían. Lo asombroso es que más de dos milenios después haya gente que ejerza el poder con cara de infeliz, aunque sin la valentía de Alejandro; y que la mayor parte de los individuos con ideas propias crean que tener ideas propias es tener idea. Es decir, que pi o e, que son números irracionales y por lo tanto no pueden ser pensados por el hombre en su interminable integridad, pueden ser determinados por ellos para el propio recreo y la prosperidad interminable.

Usted no sabe Geometría pero yo tampoco. Mi diferencia consiste en que yo sé que e existe. Sé además que si no hubiéramos descubierto, por cierto hace poco en los siglos, que existe e, no estaría yo escribiendo este artículo ni tendría un lector que lo disfrutase o lo repudiara. Y la existencia de e no depende de cuál es su opinión personal.

Lo lamento. Si es que su opinión no es sino una versión de bolsillo de algún partido muy gregario, y muy abusador de los del partido opuesto, que piensa y hace lo mismo. Y que pueden abusar del uso de e, pero no pueden abolirlo. Habría que abolir el universo para imponer la propia opinión, que es la idea de muchos pero hasta ahora resulta impracticable, incluso usando e. A usted lo pueden seguir dopando con la ajena idea sobre la inexistencia de e. Usted tiene derecho a tener su propia ignorancia, su auténtica locura, o su íntima estupidez, que ojalá no fuese pandémica pero lo es.

El número e existe porque la verdad es.

Y aunque ha sido difícil, desde la época de los geómetras egipcios o griegos o hindúes, descubrir e, ya tenemos e bien claro para todos los que se toman el trabajo de procurar implantar su idea propia acerca de lo que existe o no, de lo que es cierto o no, y de lo que puede y debe hacerse o no.

Desde luego, la sociedad, el individuo, no se rigen por la geometría o la lógica…

En efecto, eso es lo que usted cree, decía mi maestro de metafísica, el inmortal poeta Antonio Machado.

También describió al humano como un animal absurdo que necesita lógica

¿No será más bien que, como decía nuestro Samuel Feijóo, el hombre está en la cueva?

La lógica imprescindible para el animal absurdo, en lo personal y sobre todo en lo social, está lejos de ser, como debiera, conocimiento a nivel de domicilio y costumbre de todos.

El absurdo animal resulta ser más complejo de entender y de organizar que el descubrimiento de los números que rigen universalmente.

Duele. Pero es también privilegio. Y confianza.

Esos números nos gritan que hay un Orden.

Ese Orden ha creado y respeta nuestra individualidad, pero rige sobre la unanimidad de cuanto existe.

Ahora que el humano se conoce por fin mínimamente a sí mismo, pueblo tras pueblo, nación tras nación, individuo tras individuo, tras milenios de ignorancia y violencia, es hora de renunciar a la ilógica de no saber quiénes somos, ni dónde estamos, ni para qué, porque necesitamos, y queremos, ese Orden.

e existe.


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